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Tu wrap, mejor sin PFAS

Supongamos que hay, al menos, dos formas completamente adecuadas de envolver con papel tu hamburguesa, tu kebab, tu wrap, tu perrito caliente o tu bocadillo. Con «completamente adecuadas» me refiero a un papel que no se rompa fácilmente, que no se pegue demasiado a tu comida, que no se quede pringado en la grasa del alimento, que no se fastidie por la humedad.

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No te fijes en la letra M. Esta entrada no acusa a ninguna compañía concreta.

Supongamos que una de esas formas implica utilizar unas sustancias que pueden difundirse a la comida y pueden causar, según indican algunos estudios, colesterol alto, cáncer de riñón, cáncer de testículo, enfermedades tiroideas, hipertensión en el embarazo y colitis ulcerosa. Romper los enlaces carbono-flúor de las sustancias perfluoroalquiladas (PFAS) no es tarea fácil, así que, aunque las cantidades sean muy pequeñas, pueden acumularse en nuestro humano cuerpo…

…y también en el ambiente, claro, porque no se da el caso de que los demás organismos vivos sean mucho mejores que nosotros a la hora de degradar estas macromoléculas. La estabilidad de las PFAS es tal que se han identificado en tejidos de osos polares del Ártico. Y sí, son indefectiblemente artificiales.

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El tamaño adecuado es el que vayas a usar

Por supuesto, una economía ambientalmente sostenible requiere regulaciones para que las consecuencias de la escasez de un recurso o de la acumulación de un contaminante no percutan demasiado tarde. Como concluí hace un par de años, la tecnología y el mercado por sí solos reaccionan a los problemas ambientales con un desfase temporal (escasez, aumento de coste, reasignación económica, solución técnica). El objeto de las regulaciones económicas en materia ambiental es anticiparse.

Ahora bien: no es buena cualquier política de incentivación o desincentivación por el mero hecho de tener el fin noble de evitar la contaminación o la escasez de recursos. A veces, la política ambiental acaba consiguiendo el efecto contrario al perseguido.

Ya vimos en el caso del diésel el error de la Unión Europea al favorecer, con su política de límites de emisión, los vehículos con motor diésel. El inusual triunfo de estos coches en Europa, y particularmente en España, pasa factura. Los madrileños siguen sufriendo problemas de smog a pesar de las restricciones al tráfico. Si no me creen a mí, pueden echar un vistazo a este artículo de Pablo León en El País:

Aunque la combustión del carbón, del petróleo o del gas natural genera óxidos de nitrógeno, el foco principal de este contaminante en ciudades son los motores diésel. Si bien son más eficientes energéticamente hablando —de ahí que en los noventa fueran promocionados a bombo y platillo—, generan emisiones muy altas. A pesar de ello, son mayoritarios. En la Comunidad de Madrid los diésel representan el 58% del parque móvil, según datos de la Dirección General de Tráfico. El 63% de los turismos matriculados en lo que va de 2016 son de gasoil.

Un ámbito muy distinto donde ha sucedido algo muy similar, afortunadamente mucho más fácil de remediar, es el de los envases en la industria alimentaria.

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Las alternativas de la agricultura ecológica

Esta entrada es relativamente corta, ya que no soy precisamente un experto en temas agrícolas, pese a incluir la revalorización de los residuos de cultivos como una parte fundamental de mi futura tesis doctoral. De todos modos, creo que mis futuras entradas deberán asemejarse más a la que está usted leyendo que a las anteriores, al menos si deseo mantener una frecuencia de publicación aceptable. Al no estar ducho en lo relativo a plantaciones, me he forzado a informarme para escribir esta entrada. Estoy seguro que de esta forma me hago un favor a mí mismo. A menudo se piensa que ser una persona comprometida con la protección ambiental y las generaciones futuras, una persona que piensa que el desarrollo actual no es sostenible y debería serlo, implica seguir un credo determinado, una única doctrina. A saber: favorecer el uso de las energías renovables, reducir la emisión de gases de efecto invernadero, mantener la biodiversidad de los ecosistemas en la medida de lo posible, etc. Seguramente, esos ejemplos sí son puntos en los que todos o casi todos estamos de acuerdo. No se me ocurre cómo alguien podría decir, coherentemente, que apuesta por el Desarrollo Sostenible sin estar a favor de las energías renovables, desde luego. Pero hay casos con mucha más controversia, casos que no sabríamos situar en el lado verde o en el lado… negro, digamos. La encrucijada nuclear es una entrada en la que traté precisamente este problema: es más verde que los combustibles fósiles, pero no es renovable, pero es eficiente, pero los residuos… El movimiento ecologista global parece apostar, de forma mayoritaria, por la agricultura orgánica o ecológica. Las características fundamentales de este tipo de agricultura son: ausencia de organismos modificados genéticamente (OMG), ausencia de fertilizantes, ausencia de pesticidas. Los defensores aducen múltiples razones para ello: se protege el suelo, se evita la contaminación, se mantiene una mayor biodiversidad, se reduce el riesgo de toxicidad y accidentes. midnight sun farm

Midnight Sun Farm, en Illinois. Propiedad de N. Choate-Batchelder y B. Stark.

  Pero, por otro lado, se ocupa una mayor superficie de tierra por unidad de comida producida. Y esto, siguiendo a los detractores, implica una mayor huella ecológica, menos beneficios en el sector primario y pérdida de competitividad. Resulta también que, como no podría ocurrir de otro modo con el pensamiento humano, hay infinidad de posiciones intermedias. Uno puede estar a favor del uso de OGM y no de los fertilizantes. Otro puede estar de acuerdo con el uso de fertilizantes y pesticidas, siempre y cuando cumplan ciertos requisitos, pero reprobar la reutilización de OMG. Seguir leyendo Las alternativas de la agricultura ecológica

Una dieta ambientalmente sostenible

En los años 80, Keys y colaboradores calificaron como mediterránea una dieta basada en los productos de origen vegetal, como los cereales, los tubérculos y las frutas frescas. Esta dieta no abusa de carnes, de lácteos ni de huevos, y, en general, no consiste en comidas copiosas.

Plato típico árabe-mediterráneo en un bar marroquí, basado en humus y yogur. Fotografía de Alpha.

La (al menos en su momento) lúcida aportación de Keys et al. pertenece más al terreno ideal que al descriptivo, pero tiene todo mi reconocimiento y agrado aun a día de hoy. Pongamos que partimos de una dieta típica de Estados Unidos, más concretamente del interior del país, abundante en carne roja, en carne blanca, en huevos, en productos lácteos. Esta dieta implica una dosis de proteínas y de vitamina B12 muy superior a la que necesitamos, y… ¿para qué? ¿Para gastar recursos innecesarios y para descomponer esas proteínas hasta compuestos nitrogenados más simples, mediante una serie de reacciones metabólicas que bien nos podríamos ahorrar? Y, además, es una dieta rica en grasas animales, pobre en proteínas vegetales y susceptible de hacer aumentar el colesterol.

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